jueves, julio 22, 2010

Ningyō bajo el océano: Dolls de Takeshi Kitano y La vida de los peces de Matías Bize

“Y aunque llueve también sobre la Tierra

y sobre los campos y ciudades llueve

lejos quedó lo que no tiene nombre

y alguien, con visceral memoria

se rescate y vive”

Líber Falco


Trescientos ochenta y cuatro mil doscientos noventa y nueve vueltas corridas. Por los pisos de las habitaciones, por el parque con bolas de arcoíris y columpios fantasmas, en el asfalto de las calles, pegado a la ventana de una micro o sobre el ferrocarril en dirección a un bosque helado con un sol tacho. Buscando algo, alguien, aquello que la memoria necesita como una droga de negros humos con olor a parafina, que inundan el cuerpo entero y enfrían los pensamientos.

En aquella búsqueda, de la nostalgia, de pequeños fulgores de felicidad y de incapacidad de poder alcanzar esa luminosidad suficiente, por si alguna vez se encuentra, la que llena de luz el interior y hace explotar los sesos de sangre hirviendo, que obstruye el corazón de oro pulverizado y cubre de viscosidad la piel seca y los orificios nasales, en un gran estallido de relámpagos, dignos de hermosura rimbombante.


Para un comienzo, Sawako. Fuera de sus sienes tras el impacto emocional que trajo el quiebre con el que iba a ser su próximo novio. - “Sawako eligió suicidarse. ¿Ha muerto? No, sobrevivió. Pero ha perdido el juicio” - , es lo que le repiten a Matsumoto, que tras esto, huye a ayudar a intentar recobrar aquella esencia perdida de lo terrenal de su antiguo o actual amor. En un trabajo que se transforma en una retroalimentación de voluntad entre almas, unidas físicamente por un cordel y deambulantes por distintos paisajes y estaciones, que se entrometen en los estados de animo y sentimientos de nuestras marionetas vagabundas.

En el camino nos encontramos con Hiro. Un anciano que el pasado le azota la cara en el presente, arrepentido de haber matado a su hermano. Y arrepentido de no volver nunca a aquella banca, con un cálido plato de comida y un ser, Ryoko, en espera desde su juventud, hasta ahora. Este es el único recuerdo intacto, que para Hiro es de felicidad, de una oportunidad de recobrar alientos tras una ténebre y empobrecida vida sofocante. Un recuerdo que ahora se observa patético y putrefacto, con un ambiente sin problemas de burlarse de quien sea, pero esta situación, para los personajes basta y sobra para ser felices y recuperar aquellos anhelos y felicidades pasadas.

Muy parecido a Nukui y su fanatismo por Haruna, la pop-star nipona. Un señalizador de transito con un fanatismo supremo por esta cantante, que tras el accidente de esta última, el toma por opción perder la vista. Para lograr un encuentro con Haruna, en la playa donde transitan Sawako y Matsumoto, en la banca del parque donde comen Hiro y Ryoko. Todos englobados en este aire de fantasía del presente, pero que es suficiente para sostener lo poco que queda de vida.

Mientras tanto, los vagabundos atados siguen caminando, por la tenue y divertida playa, por el campo de rosas en el atardecer, por la quebrada del lago verde marquesina y finalmente por frías montañas inundadas de nieve. Las almas sonámbulas, reventadas de malos augurios, donde Matsumoto intenta pasar sus pocas atmas de energía a Sawako para llevarla por los senderos de su recuperación y el ambiente, frío y tajante, les trae recuerdos de encuentro, de confortación, en abrazos de arrepentimiento interminables.

Ambos, con kimonos en piel, caminan por la nieve hasta llegar a la misma esencia de todo. El amante trae a su amada a la fuerza, para ayudarla y sacarla de su insomnio, se elimina el ambiente: En la negrura reluciente, una pareja de muñecos nos miran, sonríen y al parecer saludan. Desde una lejana plenitud de prosperidad.

"El honor, la gloria y la fortuna

No son más que granos de arena escurridizos.

Su rastro queda en polvo

Desperdigado por los caminos

Para que lo pisoteen eternamente".



Un mar de sueños

Nadando en la habitación, con cocavíes varios, sitios de festín, de lujuria, de lucidez. Como también de recuerdos, de nostalgia y angustia. Se encuentra el pez de Andrés, que deambula por esta barca de amores, en una fuerte búsqueda como la de Matsumoto, pero encerrado en esta micro e híper realidad constante.

Y es que en este cuadrado lleno de vértices irregulares, se esconden amplios espacios de recuerdos. Que en un momento, fueron memorables y esplendidos pero que ahora en el intento de poder recobrar ese dorado brillo de anhelo, se cae en la incapacidad y frustración. De no poder repetir los sentimientos de antes, de la incapacidad del ser humano del manejo del tiempo. No como algunos peces que viven del recuerdo inmediato o como la gran mayoría de los seres vivos.

Y en el humano no. Es esta especie de maldición de la memoria, esta frustración por un universo que no fue. No creer en el destino ni en lo fuera del poder.


“Se incendian

Los reinos en el cielo

Se queman hasta el suelo

Por ti

No creo en ángeles guardianes

Ni en dioses vigilantes

En mí

No espero inviernos anormales

Que indiquen las señales

Del fin...”

Inverness / Nubes

Andrés toca los recuerdos de una amiga embarazada, de amistades venideras y de reencuentros. Con la muerte trágica del compañero del alma, esos tibios recuerdos pero imponentes pinceladas de realidad, imponente y fuerte, que angustia y destroza cualquier resto de calor. Con el amor: Ese amor ideal, utópico e imposible, sometido a una puta condición limitante.

Ese pez que toca todo de manera superficial, que quiere estar en todas las partes que quiere pero no puede, ese pez que cree que a nadie le importa la vida de los demás, egoísta y ególatra por sus mismos alientos; Ese que por su condición, imposibilita ese cambio de rumbo del tiempo, que llevaría a algún tipo de prosperidad enmascarada.

Puede que en Dolls el dialogo este prácticamente ausente. Y que en La vida de los peces sea el canalizador del entendimiento entre los personajes. Sin embargo, en ambas cintas la imagen es preponderante, modificadora del contexto y principal elemento de expresión de sentimientos. Para Takeshi Kitano, Dolls significa una vuelta de tuerca momentánea en su cine, ya que abandona la expresión de secuencias de acción, eliminándolas de la película y la preponderancia e importancia pasa a las escenas de contemplación. Planos estáticos y en profundidad, con un escenario y paisaje vivo, repleto de tonalidades pictóricas con influencia directa de Kurosawa o bien de Weerasethakul, donde es el ambiente un protagonista más de la historia.

Elemento con magnitud parecida presente en la película de Bize, donde además del ambiente físico, son las actuaciones las que permiten observar de manera palpable los sentimientos más contundentes de la obra, en un juego de miradas y gestualidades únicas. Sentimientos que muchas veces no son introspectivos, sino que de una red de relaciones. Un elemento fundamental, considerando que se interioriza en esto último y se observan los lares más íntimos de los personajes a partir de la base de una relación, desnudos ante el plano focal.



Y, en un cine de fundamento en la imagen, es la música la que completa el círculo de expresión. En Dolls, un cine donde la música es el silencio de los personajes y la muda atmosfera, que solo es acompañada de diminutos sonidos ambientales o de temas particulares donde cabe destacar la relación en la tradición oriental entre el amor/vida y lo artificial, pero con la misma carga emocional, de lo pop y mediático. Una carga sobreexpresada en La Vida de los Peces, con melodías hipnóticas, en un post-rock acústico que va en armonía perfecta con cada escena de la película.

Finalmente, en ambas películas se recalca en lo que significa el error humano. En planos emocionales, en el amor, en el fatalismo que conduce a la frustración y a la muerte del alma….


...Esa maldición podría comenzar con una gran maquinaria de canales dependientes de gradientes de sales, estructuras con conformaciones rotatorias que producen energía, además de rayos y campos magnéticos que cambian la orientación de los sucesos, temperaturas ideales y moldes perfectos. Caminando sobre la utopía en dos dimensiones, saltando en una cancha de fútbol en el eje de la cuarta dimensión, se desenvuelve y corre por la carretera de los objetivos. Esos tácitos objetivos que huelen a una reminiscencia absoluta, impregnada en todas las partículas más infinitesimales que puedan alguna vez conocerse.

Pero cuando esos objetivos se vuelven palpables, duros y craneales bloques, echarlos a un lado y seguir el camino puede ser una opción. Que va más allá de la historia, de todas las cosmovisiones, de todo lo visto y sentido. Y cuando te pones a caminar por un sendero de frías brisas, nadando sobre peces de tamaño formidable, tal vez, llegarás a una gran montaña. Con pie en tierra, dándole la espalda al tiempo y al espacio. Echado para atrás sobre el junco y con el alma reventada y libre. Para la felicidad eterna.

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